El placer de caminar bien, a veces, nace tras pisar terrenos abruptos. Es lo que le sucedió a Salvatore Ferragamo. Considerado como uno de los mejores zapateros de todos los tiempos, nació en 1898 en Bonito, una pequeña localidad enmarcada en la provincia de Avellino, en el empeine de esa forma de bota que es Italia. La proyección de futuro de este pueblo por aquel final del siglo XIX era entre escasa e inexistente; la agricultura y la artesanía, casi de supervivencia, eran la principal fuente de ingresos del lugar.
A pesar del contexto y de la negativa de su padre, que era labrador, Ferragamo no cesó en su empeño de convertirse en hacedor de zapatos. Le convencería fabricando un par blancos para la comunión de su hermana pequeña, Giuseppina, que fueron todo un éxito. La vida en su casa y la experiencia de ser el undécimo de una prole de 14 hijos la narra en su autobiografía Zapatero de sueños (Skira, 2012) que publicó cuando tenía 56 años.
Estos zapatitos inmaculados fueron su pasaporte para trabajar con el zapatero del pueblo, Luigi Festa. Pero Ferragamo era tan listo que lo que le enseñó el maestro muy pronto se le quedó corto. Así que viajó a Nápoles, a poco más de 92 kilómetros de Bonito, para buscarse la vida y poder trabajar con otros maestros zapateros. Pero aquí también absorbió pronto todo lo que en la ciudad podían enseñarle, así que emigró con apenas 16 años a Boston para reunirse con sus hermanos. Lo cuenta así en sus memorias: “Tomé la decisión de ir a Estados Unidos y hacer fortuna con las máquinas”.
De Boston se trasladó a Los Ángeles y comenzó a tener contacto con la industria del cine. Su primer trabajo fue haciendo botas para vaqueros. Como ya venía siendo habitual en su vida, se ganó el respeto y la confianza de todos a base de trabajo y talento en muy poco tiempo. De las botas cowboy pasó a los zapatos de tacón, un pasaporte que le sirvió para entrar en contacto con actrices de Hollywood que le convirtieron en su zapatero fetiche. “La fuerza de la marca Ferragamo está en el producto. Mis zapatos tienen que satisfacer a las personas para las que están confeccionados”. El resto es ya historia.
Si eres amante de la moda –y del vino–, y te dejas caer por Campania, te recomendamos una escapada al interior de la región para conocer el origen de este genio. Se puede acceder en transporte público –hora y media aproximadamente– y en coche desde Nápoles, donde se encuentra el aeropuerto más cercano.
Es una Italia casi milenaria, agreste y religiosa –no en vano, Bonito toma su nombre del Obispo francés Bonito de Clermont, que posteriormente se convertiría en santo– .Y perfecta para los amantes del enoturismo, ya que Avellino es históricamente uno de los enclaves vitinícolas del país. Cuenta con su propia denominación de origen, Fiano de Avellino. Fiano es una uva blanca de cepas centenarias que se cree que era la usada para elaborar el Apianum, el trago por excelencia de la antigua Roma.
Bonito, con menos de 3.000 habitantes, recuerda a esos pueblos castellanos con aire fantasmagórico, románico por doquier y gastronomía contundente. Calles empedradas y estrechas con fervorosa arquitectura del medievo reconstruida –sufrió un terremoto en los 60 del siglo pasado– son sus signos de identidad.
Iglesias como la de Maria Assunta, que alberga una figura de la Madonna della Candelora traída de Tenerife en 1742; la de San Giuseppe, edificado como diminuto hospicio para peregrinos en el siglo XVI; y de San Antonio, anexa al convento homónimo y que constituye una muestra franciscana perfectamente conservada, son algunos de sus monumentos más sobresalientes.
Además, no podemos olvidarnos del Santuario de María de las Nieves: cuenta la leyenda que el templo se erigió en el espacio donde los campesinos habían visto apariciones de la virgen desde el siglo VI. El lugar adquirió fama y papas como Urbano IV o León IX; o personalidades como Carlos D´Anjou o San Francisco de Asís se acercaron al lugar. Hasta que Carlos VIII llegó displicente. La virgen castigo a éste y a su séquito a inesperadas nevadas. Cuarenta días estuvieron encerrados en el templo hasta que se arrepintió de su comportamiento.
Pareciera que el tiempo se hubiera detenido en esta minúscula urbe, y, sin embargo el maestro Ferragamo vuelve a convertirla en vanguardia. El colectivo artístico Boca, auspiciado por el ayuntamiento y el Museo Salvatore Ferragamo rinde tributo al zapatero a través del festival Impronte. Talleres, charlas sobre su obra, exposición de algunas de sus piezas y Bonito como un gran campo de juego para las intervenciones artísticas son el leitmotiv de esta iniciativa que culmina con un concurso de murales callejeros. Durante unos días el pequeño pueblo se convierte en punto de encuentro de las nuevas tendencias y la modernidad: ¡ideal para estar en contacto con lo más contemporáneo mientras escapas del mundanal ruido!