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Huele a rayos, sabe a gloria 2

El durian es la verdadera fruta prohibida. Prohibida en el transporte público de buena parte del sureste asiático y también en muchos hoteles y aeropuertos de la región.

¿Por qué?

Porque apesta.

Entonces, ¿por qué lo comen?

Porque mucha gente considera al durian delicioso.

En 1856, el naturalista británico Alfred Russel Wallace escribió que comer durian es una nueva sensación que justifica un viaje a Oriente y lo describió así:

Esta pulpa es la parte comestible, y su consistencia y sabor son indescriptibles. Una crema muy rica con sabor a almendras da la mejor idea general del mismo, pero hay veces que el sabor tiene ráfagas que recuerdan  al queso crema, salsa de cebolla, jerez, vino y otros platos incongruentes.  Luego hay una rica glutinosa suavidad en la pulpa, que nada más posee, pero que añade a su delicadeza. No es ni dulce ni ácido ni jugoso, ni quiere ninguna de estas cualidades, ya que es perfecto en sí mismo.  No produce náuseas u otros malos efectos, y cuanto más comes, te sientes menos inclinado a detenerte.

El periodista americano Richard Sterling describió así al olor del durian:

mierda de cerdo, trementina y cebolla, aderezado con un calcetín sudado.

A pesar de su aroma, el durian se consume desde tiempos prehistóricos y hoy se usa en platillos dulces y salados. Y además, es considerado un afrodisíaco, aunque el chef Tony Bourdain diga que después de comerlo

tu aliento huele como si le hubieras dado un beso de lengua a tu abuela muerta.

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