“La gente a la que no le gusta el dulce no es de fiar”, rezaba Jacinto Benavente satírico e ilustre cronista de la Villa en el siglo pasado. En Destinia hoy rescatamos su dicho para demostraros que Madrid es de fiar de toda la vida a través de este breve recorrido por la historia más dulce de la ciudad.
Preside la madrileña Puerta del Sol desde 1894, y es sin duda uno de los emblemas de la ciudad junto al Oso y al Madroño. El establecimiento de dos plantas de La Mallorquina linda con la bulliciosa calle Mayor y está especializado en dulces tradicionales- rosquillas tontas, listas y de Santa Clara; y unas palmeras cuyo chocolate se deshace en la boca- aunque también coquetea sin miedo con la repostería francesa. Otro motivo que la ha encumbrado son sus famosísimos caramelos de violetas.
Dos enormes vitrinas repletas de pastelitos te dan la bienvenida en el primer nivel, pensado para escoger tu favorito y llevártelo a casa. El segundo piso acoge un costumbrista salón de té con vistas al trasiego capitalino. Archiconocidos personajes del siglo pasado como Francisco Silvela o Raimundo Fernández Villaverde se convirtieron en algunos de sus habituales. Actualmente es perfecto para tomarte un chocolate con churros o degustar un delicioso sándwich mixto.
A menos de 50 metros de la anterior se encuentra El Riojano, inquilino de la capital desde 1855. Su creador, Dámaso Maza, oriundo de tal región, era el pastelero real de la reina María Cristina de Hazsburgo. La fama que le precedía le ha seguido hasta hoy. Y aunque no tuvo descendencia, sí la tuvieron sus conocimientos culinarios que fueron heredados por sus discípulos, quienes llevaron adelante el negocio.
¿Sabéis eso de sólo comer fruta de temporada? Pues algo así pasa con este espacio y su respostería. Son especialistas en confitería estacional: monas en Pascua, huesitos de santo, buñuelos de viento, polvorones, mantecados o roscones de Reyes. ¡Cada cosa a su debido tiempo como manda la tradición!
Te aconsejamos que no te dejes engañar por su coqueta entrada, al fondo se alberga un opulento salón de té de corte clásico.
A pocos metros de las dos anteriores, pero encaminándonos hacia la zona de Huertas, subsiste esta pastelería histórica entre una ingente cantidad de bares y restaurantes, de diversas nacionalidades, y de viejo y nuevo cuño. Bartolillos – dulce típico de la Semana Santa capitalina consistente en una especie de empanadilla rellena de crema pastelera- y hojaldres desde 1830. La más antigua de las citadas en este artículo todavía conserva su antiguo mostrador de mármol y madera, su antigua caja registradora y una balanza clásica de dos platos. ¡Entra y deja que el tiempo se detenga!
Por último, vamos a hacer una mención especial a La Duquesita. La más joven de nuestra lista cumplió 100 años en 2014 y tras un siglo de historia cerró sus puertas el 30 de junio de este 2015. Se encontraba en el señorial barrio de Justicia. El secreto de este local fue haber sabido actualizar la tradición, un ejemplo de ellos son sus coronas creadas para la festividad de la Virgen de la Almudena, un innovador roscón relleno de frutas y nuevos sabores.
Ésta ha reabierto de la mano del ilustre Oriol Balaguer, que nos da una muestra de su pastelería más tradicional.