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ballena franca austral

En aquella playa de Península Valdés, en la Patagonia argentina, solo estábamos nosotros dos, observando fascinados a una ballena franca austral.

Tan cerca de la costa estaba el enorme animal, que podíamos oír su respiración, que era profunda, poderosa, relajante.

No hablábamos, ni podíamos quitar la vista de encima de aquella ballena que se mantenía tranquilamente en la superficie.

Debía medir cerca de quince metros y podíamos ver perfectamente las callosidades de su cabeza.

Como se mantenía paralela a la costa, la veíamos de perfil  y cada vez más nos llamaba la atención su enorme ojo, dirigido justamente hacia nosotros.

Pronto comprendimos que ella también nos estaba observando.

Nunca podré olvidar aquella experiencia, fue un momento mágico. Y no porque fuera nuestra primera ballena, no.

Llevábamos varios días en la península y las veíamos incluso desde la habitación del hotel.

También habíamos hecho la típica excursión y habíamos navegado muy cerca de ellas.

Habíamos visto a algún macho demostrando su poder, saltando con todo el cuerpo fuera del agua y provocando una verdadera explosión con su caída.

Pero sentir que una gran ballena te mira directamente a los ojos es  otra cosa.

Foto: Michaël Catanzariti.

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