Las 88 banderas azules que el sur de Portugal atesoraba en 2016 no hacían más que reforzar su consolidadísima posición como enclave perfecto para unos días de sol y playa. Menos conocidas son su herencia cultural árabe y romana, la importancia de sus recursos naturales y su tradición vitivinícola, que en ocasiones quedan relegados a un plano en pos de la diversión estival. Para que no te pierdas nada y encuentres el equilibrio, hemos hecho una pequeña selección de pueblos del Algarve con más encanto. ¿Nos recomiendas alguno más?
Minúsculas calles empedradas y viviendas de una sola planta en blanco con detalles azules son el paisaje predominante en esta coqueto villorrio fortificado del siglo XVII construido sobre un acantilado. Los edificios, en su mayoría del siglo XVIII, conviven con ruinas islámicas y romanas y con la medieval iglesia de Nuestra de la Señora de la Asunción en torno a la cual se desarrolla la vida en el pueblo. ¡Bienvenid@ a la Essaouira portuguesa!
Está enmarcado en la reserva natural de Río Formosa: marismas, arenales gigantes que desaparecen con la marea y una fauna y flora dignas de observación. La Praia da Fabrica, se encuentra entre nuestras preferidas.
El diminuto tamaño de Cacela Velha nos obliga a desplazarnos unos seis kilómetros para encontrar el mejor alojamiento: Ozadi Tavira Hotel ****, un resort de arquitectura moderna y las comodidades más tradicionales como gimnasio, piscina, área de recreo y un imponente restaurante con vistas panorámicas.
Seguramente Lagos sea uno de los enclaves más populares y turísticos de todo el Algarve y no por ello uno siente que esté masificado ni pierde un ápice de interés. Esta localidad que supera muy escasamente los 30.000 habitantes, es célebre por su casco histórico, en el que se despliegan edificaciones portuguesas clásicas y vestigios árabes. Mención especial merece el Fuerte de Ponte da Bandeira, cerca del puerto y la Iglesia de San Antonio, de 1715, cuyo sobrio exterior contrasta con la opulenta decoración de oro de su interior.
Además, Lagos tiene una efervescente vida nocturna que comienza en la Rua 25 de Abril y a medida que pasan las horas continúa por Lanzarote de Freitas. Bon Vivant, un acogedor garito de tres pisos y aura íntima, ideal para probar el primer portonic de la noche es uno de nuestros favoritos.
Desde aquí puedes desplazarte con facilidad a cualquiera de las playas de la zona occidental. Si vas en familia, Dona Ana es tu sitio: una cala de arena fina enmarcada entre esculpidos acantilados y muy recogida ante la resaca marina.
Tivoli Lagos ****, lujo a menos de un kilómetro del centro de la ciudad. Su piscina con vistas y la playa a menos de un minuto son solo algunos alicientes.
Al pensar en veraneos termales viene a la mente Suiza, algún pueblo austriaco o incluso aquel hilarante libro de la saga de Pepe Carvalho, “El balneario”, pero nunca el Algarve. Y es que todavía quedan zonas por popularizar. En la serranía mediana cercana al Alentejo –donde el otro día, por cierto, te recomendamos esta pedazo de piscina infinity– se erige Monchique, nacida en 1775 de la escisión del municipio de Silves. Un panorama ideal para realizar rutas de senderismo, “darse las aguas” –alcalinas y con flúor– en Caldas de Monchique y escapar de las multitudes.
Aquí no hay playa. Vaya, vaya.
Villa Termal das Caldas de Monchique, nos encanta este hotel boutique: trece habitaciones en una antigua casona restaurada del siglo XIX y un envolvente jardín con piscina.
Esta pedanía de Vila de Obispo es conocida por su agreste paisaje, sus fuertes mareas y su escuela de surf. Su mayor atracción cultural es una fortaleza homónima de la cual se conserva solo parte, ya que sufriera un terremoto en 1755. Y la mayor natural, con permiso de sus salvajes arenales y sus rutas de cicloturismo, es el Cabo de San Vicente, el punto más occidental de Europa. ¡La vista bien merece un paseo!
Y ya que estás, no olvides probar alguna de sus delicias locales, como la morena frita, los percebes o la caldereta de pescados de la zona.
Muchas playas y cada una adecuada para diferentes “niveles surfistas”. A las de Mareta, Tonel y Baleeira se puede llegar andando desde la población. Y es la primera la más popular por su oleaje mesurado y su resguardo del viento.
Memmo Hotel Baleeira ****, al ladito de la playa que comentábamos en el párrafo precedente, y con una oferta de spa superior.
Olhao es muy poco turístico. Su oferta de alojamiento es escasísima. Y sin embargo, su modo tradicional de vida, la pesca, lo convierte en un paraíso para los enamorados de la gastronomía marina. Aquí sí que van a lucir tus fotos de Instagram: todo está fresquísimo y no necesita artificios. Casas encaladas o de azulejos polícromos y desordenados, paisanos con la silla en la puerta al caer la tarde y el espectáculo de la lonja componen esta costumbrista postal sureña.
Prueba el xàrem, una especie de pure con almejas, el leitao, un pescado seco muy típico o las sardinas, calamares y chicharros a la brasa. ¡Ñ A M! ¿De postre? Dulce del convento o pudin de miel.
Coge el barco y en quince minutos la blanca playa de Armona a tus pies.
Apartamentos Real Marina Residence ****, un menos de un kilómetro del centro, a dos kilómetros de la playa y con una piscina en la azotea desde la que deleitarse con la puesta de sol sobre el mar.