El tiempo se ha detenido en Catania. Un breve recorrido por Giuseppe Verdi, una de esas vías que no aparecen en las guías turísticas, pero que recorren el corazón de la ciudad, ayudan rápidamente a hacerse una idea. Palacetes ruinosos, plazas donde se intuye el menudeo, comercios de otro tiempo que sobreviven tan ricamente, niños jugando al futbolín en la calle. Catania es lo que se ve. Diría que lo que se quiere ver. Porque hay mucha historia detrás de sus paredes desconchadas y callejuelas oscuras. Se ha escrito que “Catania va a lo suyo, que no rivaliza con nadie”. Y así es. La segunda urbe más poblada de Sicilia transmite serenidad y vida de estraperlo a partes iguales. Cultura mediterránea en estado puro.
Catania es sinónimo de calle. De vida de barrio. Y sus mercados así lo muestran. El más conocido es el de Pescheria, ubicado en la zona antigua, muy próxima a la plaza donde se encuentra el Duomo. Atravesarlo supone disfrutar de mariscos y pescados cogidos la noche anterior: de gigantes pargos y atunes, a menudas sardinas y deliciosas galeras.
Pasear por la capital es ir encontrándose continuamente con iglesias de diferentes épocas. Las más interesantes son aquellas que además de deslumbrantes fachadas barrocas esconden en su interior algo único y diferente. Olvídate de la Catedral y acércate a la iglesia de Santa Ágata, a solo 50 metros de la otra. Aquí se dispone un verdadero balcón a la ciudad. Por 3€ tendremos la oportunidad de subir hasta su cúpula y más arriba, pudiendo divisar una panorámica de 360 grados. Impagable
El otro zoco importante es el que se ubica en la piazza Carlo Alberto y sus calles adyacentes. En él se distribuyen puestos con quesos típicos de la zona, como el pecorino o la ricotta ahumada, tomates que han crecido a los pies del Etna, cantidades ingentes de música grabada en cds y ropa para hombre y mujer que no desmerece en nada a la de las grandes firmas de Milán.
Mangiare significa comer. Es el verbo que más oiremos en Italia. Restaurantes, pequeñas osterias y las características pizzerías van a poblar las diferentes calles catanesas. Una recomendación, acostúmbrate a probar las platos locales. Visitar Catania y no degustar su pasta alla Norma seria un delito. La elaboración lleva el nombre de una obra del músico local, Vincenzo Bellini. Un manjar realizado con berenjenas autóctonas y ricotta fresca. El mejor lugar para probarlos es la trattoria Giglio Rosso, un delicioso oasis en medio de la bulliciosa calle Vittorio Emanuele. Su patio interior, aderezado con plantas y costumbristas tendales colgando de las ventanas, es perfecto para probar el género de la Pescheria. ¿No entiendes qué pescado es? No pasa nada, el paisano te sacará una bandeja y te dejará escoger. Acompáñalo con un grillo de la casa, un blanco de la zona bastante afrutado. ¿Ticket medio? 30€ por cabeza.
Y aún hay espacio para un mercado más. Este se encuentra debajo de las vías del tren, próximo a la plaza Paolo Borsellino. Solo podemos encontrarlo los domingos, cuando los otros dos no están operativos. Plagado de productos vintage y objetos de tiempos pasados, se convierte en una oportunidad única para traerte a España un detalle diferente y explorar el verdadero rastro siciliano, que nada tiene que envidiar a los nuestros de aquí.
Las ruinas romanas ya forman parte del paisaje habitual de la isla. No hay lugar que no cuente con su teatro, su circo o su anfiteatro. Aunque la mayoría de las veces su conservación deje mucho que desear. No es el caso del Teatro Romano de Catania, construido en el Siglo 2 d.c. ha conseguido sobrevivir a la última erupción del Etna en 1669. Suelen celebrar conciertos en él, por lo que es aconsejable aprovechar la visita de alguna estrella italiana para verlo.
En Sicilia cada rincón tiene su gelateria. Pero si se quiere disfrutar además de un espacio histórico es obligado acudir a la Pasticceria Savia, y ya de paso dejarse caer por la Villa Bellini, un gigantesco jardín de estilo barroco que hay a unos metros. Catania se caracteriza por una dulcería espectacular y además del helado de pistacho, también podemos saborear elaboraciones típicas como las Tetas de Santa Ágata, hechas con el queso local.
A unos quince minutos del centro, se encuentra el Castillo de Urbino, un museo que amalgama pintura renacentista y barroca, restos greco romanos y fotografía moderna. Y cuyo mayor atractivo son las vistas que ofrece del Etna sobre la ciudad. Cerca, se dispone Plebiscito, una calle suburbial por donde transitan centenares de adolescentes, a tres por moto, y carros tirados por caballos. Ya decíamos que el tiempo se había detenido en Catania. Allí, se sitúa La Rustica, una modesta trattoria donde degustar pescados del día, mejillones de roca, almejas, gamba roja de Sicilia y una ingente variedad de platos cataneses, como la carne de caballo. Precios también de otra época. Sí, unos 10€ por barba.