Viajar a la India es una de las opciones más impactantes que existen para un turista. De hecho, el concepto turista no encaja del todo bien en lo que significa visitar la India. A pesar de lo peculiar que es el país, existe el equilibrio para ese viajero que desea conocer India, pero que no es amigo de las situaciones extremas. Ese punto intermedio no está en el centro, sino en el sur de la India.
Tratándose de uno de los países más poblados y pobres del planeta, y con diferencias culturales tan grandes respecto a occidente, la experiencia va a ser fuerte sí o sí, pero de Bombay hacia abajo el choque se va atenuando hasta terminar el recorrido en la turística y apacible Kochi.
La India es un país pobre, pero en el sur del país se aprecia una mejoría en la forma de vida. No existen los lujos, los cochazos, los móviles de última tecnología… Pero tienen una vida sin carencias. Parece una obviedad, pero el campo les permite tener diariamente alimento en la mesa y eso lo cambia todo. Cambia la vida, la imagen de sus calles y cambia el carácter de las gentes.
Más allá de la situación económica del país, el sur de la India tiene otros valores a su favor como un mayor nivel higiénico, un espíritu de vida más amable y una oferta cultural más variada: un sinfín de templos impresionantes, calles que se pueden recorrer, safaris y una picante variedad gastronómica.
La mayoría de los circuitos que se diseñan para conocer el sur de la India parten desde Mumbai (Bombay) por dos razones: porque realmente es una ciudad con atractivo y porque las conexiones de aviones son mucho más frecuentes –y por lo tanto más económicas- que en otros aeropuertos del país.
Mumbai sería lo más parecido a la zona norte del país. Se trata de una ciudad enorme y con desequilibrios entre su población.
En Mumbai hay varias visitas obligatorias y que, además, no cuestan dinero. Una es la llamada Puerta de la India: un enorme arco que mira hacia el mar y que sirvió de puerta de entrada a los monarcas que llegaban en barco. La panorámica es preciosa y desde la misma plaza se puede observar el famoso hotel Taj Mahal, que pese a tratarse de un negocio privado se ha convertido en una de las señas de identidad de la ciudad.
El segundo punto de visita obligatoria es la estación de tren Chhatrapati Shivaji, que por fuera asombra por su estilo victoriano y por dentro es uno de los mejores reflejos del ritmo de vida indio: gente que sube y baja de los trenes en marcha, ruido, olores y gente. Muchísima gente.
Existe un punto de la ciudad que para los lugareños no tiene especial atractivo –más bien al revés: lo evitan- pero que al turista le deja pasmado. Se trata de los lavaderos al aire libre.
En India contar con una lavadora es un privilegio. Resulta más barato confiar la ropa a estos enormes lavaderos artesanales donde se lavan y planchan toneladas de sábanas, toallas, camisas, etc. Son laberínticos y agobiantes, pero también son una estampa 100% auténtica del día a día en la India.
Este recorrido por los puntos con más encanto del sur del país se puede realizar casi todo en coche, pero hay determinados trayectos en los que no queda más remedio que subirse a un avión. Dejar Mumbai con destino a Goa, es uno de ellos.
Goa es un momento de respiro que te concede el viaje por la India. Hoteles de alta calidad, playas realmente atractivas y calles con otro estilo totalmente diferente. Hasta la década de los 70, Goa era una colonia portuguesa y se nota en detalles como los azulejos en las puertas de las casas, los edificios de colores y una comida algo más… europeizada.
Ese aire occidental se aprecia también en las playas: mucho más preparadas para el turismo y con el encanto especial que le dan las palmeras integradas con la arena. Algunas de las fiestas nocturnas con hogueras que se organizan en mitad de las playas son de lo más variopinto.
Entre baño y tumbona hay muchas cosas que ver en Goa. Merecen mucho la pena la iglesia de San Francisco de Asís, la catedral de Goa o la Basílica del Buen Jesús. Son paradas que la Unesco ha incluido en su índice de Patrimonio de la Humanidad y que, curiosamente, son de atractivo tanto para el turista local como para el extranjero.
En los accesos de estos templos es cuando el viajero empieza a experimentar el ‘síndrome Beckham’, que consiste en no poder dar dos pasos sin que un indio te pida hacerte una foto con él y sentirte como una superestrella.